CLÁSICO…: «La Diligencia» (1939), de John Ford

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«Gerónimo» es la única palabra que logra trasmitir un telégrafo inmediatamente antes de que lo corten. Gerónimo agita a los apaches para que incendien pueblos y maten a sus habitantes. Gerónimo y sus hombres encarnan el enemigo de aquellos otros que avanzan sobre el oeste. Así comienza La Diligencia. Realizada hace más de 75 años, la película hoy  es considerada unánimemente un clásico del género del Western. La obra de Ford forma parte de ese selecto grupo de films considerados como cine de autor.

 En La Diligencia se retrata con crudeza la hipocresía de aquellas comunidades que crecieron al ritmo del progreso en la toma de tierras y bienes del oeste de lo que hoy conocemos como Estados Unidos. Un grupo de mujeres que invisibilizaban sus cuerpos con ropas adustas y cercanas a los hábitos de las monjas forman la Liga de protección a la ley y el orden, cuya traducción más cercana sería Liga de las mujeres pacatas que deciden con sus estrechos criterios que está bien y que no en el comportamiento de las otras mujeres o de un médico amigo de los destilados de centeno, y además, de la permanencia o expulsión de esas personas. Un Sheriff más ocupado en ejecutar los mandatos del grupo de pérfidas ciudadanas que en atender cuestiones vinculadas con la seguridad y el auténtico orden del pueblo. Un banquero turbio que en esos años (igual que sucede hoy) se pronunciaba a favor de los hombres de negocios como los más idóneos para dirigir los destinos de la nación, contra la imposición de impuestos y el control del estado de los negocios privados. Una constante variedad de miradas y gestos desaprobatorios fluye hacia la bailarina, el médico, los nativos y el convicto. A toda esa discriminación y rechazo le subyace un profundo sentimiento de clase. De manera paralela, se hace gala de las buenas maneras con el banquero sospechado de ladrón, con su esposa, líder de la Liga de protección a la ley y con la mujer de un capitán del ejército que no deja de coquetear con un atildado jugador de póker.

Como era de esperar, a medida que avanza el film los segregados se convierten en los héroes de la historia: el preso y el médico no escatiman los riesgos personales para enfrentar a los «salvajes apaches», el sediento doctor salva la vida de la esposa y de la hija del capitán, la despreciada mujer de bar no ceja de cuidar a la parturienta y su niña y el jugador de dudoso curricular muere combatiendo con los «indios». 

Entre los muchos méritos de la película destaca el viaje de la diligencia a través del Valle de los Monumentos, lugar de sorprendentes y enigmáticas formaciones rocosas. Por los senderos de esa fabulosa e inmensa hondonada rueda incesante el carruaje, por momentos vulnerable y en otros con la certeza de poder llegar a destino. Durante la travesía y en el interior de la diligencia se insinúan luchas, se conforman grupos, vuelven a manifestarse toda clase de prejuicios y rechazos, se revelan identidades ocultas. Como la anterior, otras puestas en escenas resultan igual de meritorias. Ya sea en los momentos que la narración se instala en las calles de los pueblos recreando el colorido de su cotidianidad, en ocasión del enfrentamiento entre apaches y colonizadores o cuando los viajeros permanecen en los puestos de cambios de caballos, en todas ellas Ford da muestras de su talento.

La fotografía de la película escapa al convencionalismo y a la estandarización que presentó mucha de la producción del género. Con planos picados a veces se acentúa la fragilidad y el desamparo con el que transita la diligencia entre las figuras extrañas que enmarcan el valle y que a la manera de sobrehumanos parecen vigilarla en su recorrido. Planos semejantes se utilizan para ir creando un clima amenazante hasta llegar a la mirada vigilante de los apaches que desde lo alto esperan el momento oportuno para atacar. En ocasiones se los usa para realzar la magnificencia del paisaje que atraviesan los viajeros. Este mismo recurso es también usado para dar cuenta de buena parte del pueblo, con sus casas y comercios, el movimiento de sus habitantes, y el ir y venir de caballos y carruajes. 

El uso de los contrapicados es frecuente cuando se busca mostrar que el viaje atraviesa un momento tranquilo, aparentemente sin riesgos. También en esta misma línea de intensión se presentan planos generales que permiten visualizar el avance sin contratiempos de la diligencia. 

Ford recurre al travelling a la hora de testimoniar la persecución de los apaches y el tiroteo consiguiente. Una cámara paralela al coche le permite al espectador ver al mismo tiempo la persecución que hace los «indios» y a la propia diligencia intentada alejarse del asedio a que se ve sometida.  Una cámara situada arriba de la diligencia nos da un plano subjetivo del galope de caballos y el avance del carruaje.

El esperado duelo entre Ringo Kid y los hermanos Plumer se resuelve con un fuera de campo que toma a Dallas angustiada al escuchar tres disparos e inmediatamente después el convicto ya victorioso regresa a su lado y la abraza. Así, con este sutil recurso, Ford elude la remanida escena de presentar los vaqueros frente a frente y la posterior caída de alguno o algunos de ellos.

Un uso preciso del claro-oscuro da la profundidad e intensidad necesaria que requieren los sucesos. El clarinete militar, canciones de época, marchas militares, melodías mexicanas, conforman la música que subraya los diferentes estados de ánimo y acompaña las variadas circunstancias de la película. 

Probablemente en aquel lejano 1939 las preguntas sobre las motivaciones que impulsaban a los nativos a enfrentar a los colonizadores todavía no afloraban como sucederá más tarde, en los Western de nuestra época. Quizás por ello es que los «indios» y Gerónimo son tratados en la película y desde un principio como los enemigos per se, sin ninguna evolución como personajes, sin mediar razón o motivos de su comportamiento. Algo semejante ocurre con la participación de los mexicanos. La mirada sobre ellos los devalúa y casi llega a caricaturizarlos.

Por otro lado, nunca sabremos por qué los «indios» tenían tan mala puntería o no se les ocurrió herir a los caballos para detener la diligencia. Tampoco encontraremos explicación alguna para que el Sheriff eligiera los tirantes de Ringo Kid  y no la soga que llevaba éste en su montura para atar la diligencia a los troncos.

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