CLÁSICO…: «El Padrino II» (1974), de Francis Ford Coppola. Por HÉCTOR SANTIAGO

En la escena final de ‘El Padrino II’ Pacino mira sin ver nada. Piensa. Probablemente está revisando la historia de los Corleone. Su propia historia como hijo de Vito. La más reciente, lo que lo tiene como privilegiado heredero y nuevo padrino. Quizás reflexiona en el sentido de haber defendido con tanta crueldad los negocios de la familia. A lo mejor está  preguntándose si fue necesario ese incesante sacrificio de vidas, afectos, la destrucción de sus dos familias fundamentales, para mantener el poder y erigirse en el jefe máximo. Su rostro en la pantalla no es el de un victorioso, es mucho más la imagen de un derrotado. 

El Padrino II cuenta dos historias de manera paralela: la del proceso de constitución del imperio de Vito Corleone a partir del asesinato de su madre y hermano y la llegada a E.U. y la de Mike Corleone, hijo menor de Vito y heredero del control absoluto de los asuntos comerciales de la familia después de la muerte del padre. A través de esos dos relatos Coppola ofrece una estampa de una parte de la comunidad italiana más pobre, las del sur, especialmente de Sicilia y Calabria, sus hábitos, valores y códigos familiares, y los complejos y difíciles procesos que tuvieron que vivir para lograr su inserción en los Estados Unidos. A la manera de un buena crónica periodística, el director se apoya en la reconstrucción de una historia de familia para brindar un retrato amplio de época de un sector de la inmigración italiana – principios del siglo XX hasta la década de los sesenta del siglo XX-, de sus padeceres, sus logros y los códigos ancestrales y muchas veces brutales con los que defendieron sus vidas y negocios en aquellos difíciles años.

Coppola escribió en colaboración con Mario Puzo el guión, produjo y dirigió una de las películas de mayor éxito de taquilla y de un gran reconocimiento de sus pares. El relato de innegable cuño hollywodense  mantiene la intensidad a los largo de su desarrollo gracias a un guión bien estructurado, que enlaza acontecimientos familiares con vicisitudes comerciales, fiestas tradicionales con rituales de negocios , solicitudes de ayuda al padrino y arreglos para venganzas y ajusticiamientos. Vida y muerte están presentes en una  una misma ceremonia o fiesta. Ya sea el casamiento de uno de los hijos, el bautismo de un nieto o una comunión, toda ocasión es buena para atender solicitudes, revisar la maquinaria del dinero y la muerte, incluso para acordar nuevas acciones. La advertencia, intimidación y la violencia campean durante las casi tres horas que dura el film.

Con abundantes locaciones exteriores, logradas reconstrucciones de ambientes de principios del siglo XX, fastuosas fiestas e intercambiando el sepia con el color para diferenciar historias y épocas, claros-oscuros tan caros al cine noir (las semi-sombras ambientan los arreglos mafiosos y se convierten en parte de la identidad del novel padrino), Coppola atrapa al espectador y logra verosimilitud con su relato. Los intereses y empresas de los Corleone recorren los Estados Unidos: Nueva York, Nevada, Las Vegas y también fuera del país, en la Cuba de Batista en vísperas de la revolución dirigida por Fidel Castro. La corrupción que hace posible la aparición de estos emporios del licor, del juego, la droga, la prostitución, los servicios telefónicos, el petróleo y cualquier otra cosa que brinde la oportunidad de obtener abultadas ganancias, brota tanto desde la política estadounidense como de la cubana, con la participación de senadores y presidentes, la colaboración de policías soplones que facilitan ejecuciones y venganzas, y por qué no también de miembros de la iglesia que bendicen las familias mafiosas y sus logros. Así se dibuja el retrato de las descomposición social de esos años, del poder económico sin límites y de los hombres que dirigiendo esas maquinarias de riqueza y crimen terminan envilecidos, solos y rodeados de temerosos colaboradores. 

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