Conversaciones Siete Artes / FABIÁN VENA – Segunda Parte. Por MAXIMILIANO CURCIO

“UN ARTISTA TIENE QUE SER SU PROPIO LENGUAJE Y LECTURA DE LAS COSAS”

En la segunda parte de una extensa y profunda conversación junto a Revista Siete Artes, el destacado actor y director Fabián Vena nos comparte su mirada respecto a la indisoluble unión de teatro y filosofía, manifiesta en el unipersonal “Quién Soy Yo: Filosofía Clandestina”, una obra que honra a la profesión docente y a todos aquellos que hacen de dicha vocación una forma de vida. Apasionado y sensible, Fabián nos abre su alma al momento de definir la esencia del acto teatral, al tiempo que nos regala un valioso testimonio respecto a su etapa formativa, la importancia de un aprendizaje integral y los maestros que moldearan al artista total que hoy nos cautiva sobre el escenario.

-Fabián, ¿cómo conviven teatro y filosofía dentro de la obra?

Una de las cosas que más me fascinó de la obra es que, justamente, exista una propuesta teatral que pueda combinar a ambas. Pareciera que es como si no estuviese incluida una dentro de la otra, pero para mí lo está, aunque no siempre se habla de filosofía dentro del teatro. Pero es tan contundente como lo has visto: no hay un solo texto en donde el personaje no esté dando la clase de filosofía de punta a punta, pero lo más interesante de esta unión es darse cuenta que son dos actividades, de las pocas, sino las únicas, que hacen preguntas. En todo lo relacionado con el arte, la pregunta es importante. Porque es de las pocas actividades, sino las únicas, que no da respuestas. Todo lo relacionado con el arte. La pregunta es lo importante, si uno da respuestas ya desequilibra lo más difícil de enseñar y sacarse de encima lo empeorado que estamos, que es la moral. Si uno da respuesta, está tomando postura moral y ahí ya cagamos, porque ahí no hay teatro. Y la pregunta, como dice el maestro Kartun, si sobrevuela la milanesa después de haber visto la obra, es que estaba bien hecha. Y hay una frase que me quedó, típica de esas míticas del teatro, de un maestro ruso, cuando no tenía nadie ni idea que, por ejemplo, pudieran existir ni internet ni las redes sociales lo decía: si querés dar un mensaje desde el teatro, manda un telegrama mejor. Es un poco eso, mensajes no hay, hay preguntas y más allá de la intelectualidad de lo que significa hacerse una pregunta, porque ahí trabaja más que nada la cabeza, hay un viaje de lenguajes.

-¿Estimás que tenemos prejuicios respecto a la filosofía?

Yo te diría que sí, hay prejuicios, en el mejor sentido de la palabra. Yo también hablo de prejuicios, no con una connotación de las típicas, sino con la toma de postura de algo que en realidad lo pensamos de esa manera porque estamos formateados para tomar esa postura. Realmente no haríamos eso que nos dicta la plataforma en la que estamos todos metidos. Es decir, para mí hay más temor e ignorancia. También, con otro sentido connotativo, no hay más de lo que no puedo abarcar, porque para eso están los expertos, en cualquier materia o profesión. Considero que la filosofía, más allá de si hay prejuicio, temor o lo que sea, yo creo que es de los estudios más complicados, de los más difíciles, y sobre todo porque hay que, en definitiva, como dice el profesor y perdón que te lo cite reiteradamente, porque me viene a la mente, ‘después de leer y releer durante décadas y décadas a los clásicos a los contemporáneos después de aplaudirlos negarlos refutarlos’. Me parece apropiado ese viaje, porque cualquier otra profesión tiene reglas ya claras e impuestas. Desde la matemática al ángulo de corte de uno que maneja el bisturí; desde la química hasta las leyes del lenguaje, suponte. Pero en la filosofía…después de leer y releer, y pelear y negar, probar y refutar, aparece de alguna manera nuestra propia filosofía, nuestra propia idea. Entonces, considero que es una de las disciplinas más complejas y también por supuesto de las más atractivas. Porque la materia de estudio está alrededor de algo que nadie lo abarca, por eso resulta extremadamente interesante.

-¿Todos llevamos dentro un filósofo?

Extendiendo de alguna forma la respuesta anterior y también la pregunta, sin lugar a dudas. Ahí lo dice Lisandro, ‘¿qué es la filosofía?’, o, mejor dicho, ‘¿y la filosofía, qué corno es?’, y lo más importante, ‘¿qué es para cada uno?’. Para mí, hay tantos filósofos como personas en este mundo, y citando nuevamente sus palabras: ‘Voy a dar mi mirada al respecto. Mi mirada, aclaro, chicata, desviada y a mucha honra, porque uno mira el objeto como quiere, no como es’. Este es el primer gran acto de libertad que ejercemos, dice el profesor, y estoy totalmente de acuerdo. El corpus filosófico, como lo llamaban los autores en la primera versión, dice que entendemos que la filosofía o el filosofar tiene que ver con el pensar y ya, el pensar. Yo que doy clases de actuación, te diría que es lo más importante. Uno creería que no, que la actuación tiene que ver con millones de otras leyes, menos con la más importante, que es pensar. Sin lugar a dudas, ya no solo pensar las preguntas correctas que tengo que hacerme, o pensar en las diferentes cabezas que uno tiene abiertas como actor arriba del escenario, ¿no? Ya es pensar la situación e inmediatamente registrarse. Una cámara que se aleja a unos metros para mirarse a uno mismo y a partir de ahí, lo que venga. Ya ese simple hecho de ‘buscar el seminario y ya haberlo empezado’, dice el profesor, y es un poco eso. Si yo pienso sobre algo, más allá de que no le ponga un contexto de qué estoy pensando o de si esto es filosofía, ya estoy filosofando. Entonces, sin lugar a dudas, todos los seres que piensan no son filósofos en términos académicos, sino que están ejerciendo la filosofía.

-¿Qué es para vos el teatro?

El teatro es un equilibrio de fuerzas contenido en la estructura dramática. En cuanto haya un mínimo desequilibrio de fuerzas, ya no estamos haciendo teatro, estamos bajando línea. Teatro es entretenimiento, visceralidad, emocionalidad, empatía, emoción y miles de otras cosas, aparte de salir a buscar una respuesta. Una respuesta que se busca en otro lado, ahora si salís del teatro con todo esto realizado. y encima te llevas unas buenas preguntas, bueno…ahí sí ahí me parece que estamos hablando de haber profundizado el hecho artístico, de lo que es el teatro.

-¿El teatro tiene que convencernos y brindar respuestas?

Qué lindo cuando uno puede decir de ninguna manera en una respuesta. Porque, en principio, es un arte y te voy a partir esa pregunta: convencernos está absolutamente implícito en la tarea que nosotros realizamos. El convencimiento tiene que ver con la verdad, que es lo único que no se negocia en la actuación. Siempre te hablo, por supuesto, en términos técnicos, stanislavskianos. Si uno no está convencido no va a poder convencer a nadie, y hay un trabajo que tiene que ver con convencerse también, aunque no sería la palabra exacta ni la más profunda para entender a un personaje con virtudes y defectos. Porque estamos retratando seres humanos y los seres humanos tienen eso y mil cosas más, pero no hay que hacer ‘de’ sino entender a ese personaje y hacer ese personaje a través y de nuestra propia verdad siendo nosotros el instrumento, tanto de uno mismo como del personaje. Pero si uno no pone las patas, las raíces, en la verdad de lo que ese personaje está sufriendo y viviendo, no hay convencimiento. Y si no hay convencimiento, uno no va a convencer a nadie. O sea que, de movida, vos estás convenciendo como regla básica, o sea que está implícito dentro de la actuación y no habría que reforzarlo.

-¿Por qué crees necesario honrar a la vocación docente como forma de vida?

Creo que un poco tiene que ver con mi saludo final, el cual a veces lo evito, pero, en este caso, me da la necesidad de reforzar algo, fuera de programa, como diría Les Luthiers, y que tiene que ver con honrar a la a la docencia como forma de vida. Empecé de alguna manera diciendo que era un homenaje a los docentes, a aquellos de quienes nos acordamos y llevamos en la memoria, como aquellos que nos mostraron una forma distinta de ver la vida, con otro prisma. Uno que no encontrás en un programa educativo, sino lo tiene la familia y la sociedad; es una manera distinta de convocarnos, de vernos, de mirar.

-¿Y cómo podrías definirlo desde tu rol de docente?

En la obra digo que ‘no hace falta pasar por el magisterio’… obviamente, yo doy clases y todo el bagaje pedagógico es fundamental, pero en el caso de las actividades alternativas y artísticas como el teatro, debemos tener empatía y el objetivo en común claro, que es emprender una técnica. Ya con eso, pedagógicamente, se acomoda todo. Y aún más te digo, es el espíritu docente y es el momento en que nosotros se nos ilumina la idea de transmitir lo que nos enseñaron. Yo transmito lo que me enseñaron y ahí ya aparece el espíritu docente, y en esa cadena de legado es donde se ven claramente las virtudes en el sostén de la humanidad. Se me viene a la mente de forma muy concreta la literatura, los libros; ahí están, se quedaron para transmitirnos esa idea de que el libro no tiene tiempo. Es un poco eso, el espíritu de honrar lo que a uno le enseñaron, también de definirlo. Como dice el filósofo ‘definirlo, construirlo y defenderlo’, y después transmitirlo, y hasta incluso, a veces, solo basta con el ejemplo. Ya eso es hacer docencia. Me parece que está ligado con algo absolutamente inherente al ser humano, porque también se aprende de los malos ejemplos. Debemos poner en puesta el valor de lo que es la transmisión, ya no solo de conocimiento, sino de mirada, de experiencia, de ayuda. En definitiva, de acompañamiento desde ese lugar.

-¿Cómo es tu vínculo con la docencia desde tu estudio de actuación?

Gracias por la pregunta, sobre todo porque para mí es absolutamente sorprendente el rol que estoy disfrutando, viviendo y creciendo, que es el de la transmisión de conocimientos, el de maestro de la actuación. Es algo que jamás soñé ni pensé, primero porque intuía de joven que si no me especializaba en algo puntualmente se podía desperdigar mi energía. Es una especie de evaluación que hice en el momento de estudio y eso me quedó absolutamente pegado, a tal punto de que me especialicé tanto que renegaba de cualquier otra posibilidad, o sea, la tenía absolutamente negada. Y de forma casual y amorosa, con mi compañera, Paula, ayudándola en un trabajo de teatro independiente, se empezó a dar un ida y vuelta donde yo le ayudaba técnicamente, y se afianzó ese circuito que empezamos a conocer y en un momento ella me dijo ‘vos tenés que dar clases, tenés que dirigir’. Frente a esa pregunta yo me dije, qué curioso, porque durante muchísimos años de mi vida -todos te diría, hasta ese momento, donde yo tendría más de cuarenta y cinco años- no me di esa posibilidad. Recién ahí, y frente a un llamado atención, una lanza de fuego que me tira mi mujer, es cuando digo: ¿porque yo nunca me pregunté esto?

-¿No te sentías capacitado con ese don?

En principio, no solamente por esto que te decía, el hecho de intuir una especialización y no desperdigar mi energía, sino que he tenido grandes maestros, y tan buenos y grandes directores -no tantos pero tan buenos-, a quienes yo los veía en su accionar, en su pensamiento, en su manera de conducirse, en sus ideas, que yo me decía a mí mismo ‘yo tengo que volver a nacer para poder hacer algo parecido a lo que hace esta gente’. Esas personas que vos ves que nacieron para eso: para la docencia, para transmitir, para dirigir, para hacer puestas en escena. Tras la sorpresa a la que me llevó esta, más que pregunta una afirmación, por parte de Paula, empecé a convocarme a mí mismo y cuestionándome. ¿Por qué nunca lo pensé? Y a partir de ahí fue que hice casi una especie de recorrido parecido al profesor de filosofía de la obra, por eso me siento tan identificado. En el sentido de meterme en mi actividad a lo nerd, apasionarme con la técnica, ver una profesión, un oficio, un arte que no tiene jubilación sino todo lo contrario, que va siempre en franco crecimiento.

-¿Qué cambio fundamental operó esto en vos?

Tener ese espíritu de evolución también me hizo tener una mirada sobre mí en particular y sobre cómo yo tomaba la profesión, en términos técnicos. Ahí es donde dije ‘bueno, vamos a meternos’ y me metí en mis libros de formación, que tengo todos absolutamente guardados en casi sarcófagos. Los empecé a sacar y ahí me di cuenta que había aprendido también la técnica, que me la había olvidado, a tal punto de que todo funcionaba de manera práctica sin pensar, más que en lo atractivo de esta profesión que es el juego, la creación y demás. Pero siempre con conocimientos técnicos muy incorporados. El mismo ejemplo que doy, de que un abogado no piensa en pleno juicio en cuál era el artículo, directamente lo cita, y hay algo de eso que, evidentemente, está en la hormona del crecimiento, trabajando a full a los dieciocho años, que es mi época de formación profesional. Uno capta a modo esponja absolutamente todo, como para después desarrollar, como vengo haciendo, mi camino y propio lenguaje.

-¿Hacia qué lugares te llevó la docencia a partir de allí?

Me agarró en un estado de enamoramiento total, en una especie de recicle también de mi profesión. Es cierto que el maestro aprende con el alumno, porque todo lo que enseño, todo lo que digo, la noche después, yo lo aplico conmigo, porque tengo mi función. Soy un profesor de teatro que está en actividad y eso me facilita mucho a este juego de estar pensando en actuación todo el tiempo, pero también en retroalimentarme. Después la pasó fenomenal, hay algo ahí que se explotó en mí. Transpiro, disfruto, gozo, vuelo, me río y puteo tanto en el escenario como cuando doy clases; es como la misma sensación de irme a una realidad muy distinta. A tener unas horas de encuentro de absoluta fluidez y armonía en búsqueda de lo que nos gusta, que es esta actividad, así que me la paso increíble. Me siento absolutamente útil y me retroalimenta, es algo que tampoco se puede explicar con muchas palabras ¿no? La idea de dar clases, y cuáles son esas sensaciones, ni hablar de todos los placeres ocultos que me empezaron a aparecer y se empezaron a revelar, como la evolución de mis alumnos, el crecimiento, el darme cuenta que también para mi trabajo es importante sostener los procesos y no buscar resultados. Una cantidad de cosas maravillosas, relacionadas con el propio arte, y ya desde otra mirada, que es la del docente y que al ladito de allí está la puerta del director, qué es una tarea que también disfruto enormemente.

-¿Quién fue tu gran maestro en el teatro? ¿Quién te abrió caminos?

Es inevitable hablar de varios nombres propios. En mi quinto año yo había tomado la decisión de profesionalizarme, venia de dos o tres años de actividad vocacional en el centro amateur de mi barrio, en Mataderos, con algún que otro profesor, también por la zona de Chacarita. Me tomaba el colectivo para estudiar teatro, así es como a modo de juego placentero entré en la actuación, de la mejor forma, y no lo solté más, y es una de las premisas más importantes: jugar y tomarlo todo con el juego. A los diecisiete, pisando quinto, año decidí profesionalizarme y me fui al teatro IFT, después de distintas oportunidades que aparecían. Primero porque me dejaba un solo colectivo y después porque había una formación integral, algo que me llamó la atención. Como actor he tenido la enorme suerte de entrar allí. Encontré un nivel técnico fenomenal, me formé con los primeros compañeros de Raúl Serrano en la venida de Stanislavski a la Argentina: Enrique Laportilla, Eduardo Pavelic y Alicia García, mi profe de técnica corporal durante los dos primeros años. Paralelamente realicé estudio de mimo, porque sabía que te daba una técnica de registro y expresividad física muy profunda y complementaria al ejercicio de la actuación. Y por supuesto mencionarte, una vez más, a Carlos De Martino, quien sigue siendo hoy, no solo el profe de mi escuela en técnica vocal, sino un gran compañero de todas mis obras.

-¿Por qué es importante, a la hora de formarse, el hecho de adquirir un aprendizaje integral?

Si el actor no tiene un aprendizaje real sobre su cuerpo expresivo, su voz y su mente, entonces está haciendo un curso de teatro y no formándose.

-¿Y cómo fue salir al mundo de la actuación luego de haberte formado?

Una vez que me formé ahí salí a investigar y eso le digo a los alumnos de mi escuela: ‘salgan, busquen, encuentren otras maneras, otros profesores’. Lo mismo hice yo, di vueltas sobre varias escuelas hasta que me topé con Augusto Fernández y ahí fue la eclosión, porque tengo cinco años con él, y eso me ha permitido completar el aprendizaje, y aún teniendo en cuenta que el dicta un sistema que no es stanislavskiano, pero sí con una mirada hacia esta gran sociedad que tenemos con el autor, una sociedad indisoluble, y todo lo relacionado con la estructura dramática. Yo soy muy pesado con eso, porque enseguida linkeo con la estructura dramática del actor y así es como siempre he trabajado con mis personajes y enseño también. Ese gran complemento que he tenido en mi formación me ha servido muchísimo para que yo pueda tener una base sólida y técnica, y me ha permitido también estudiar con gente antagonista para seguir perfeccionando lo que un artista tiene que ser, que es su propio lenguaje y lectura de las cosas.

-¿Qué recorrido le augurás a “Quién Soy Yo: Filosofía Clandestina”?

Es interesante mencionar la particularidad de que cada obra tiene su propia vida, a veces uno fuerza y aparece, a veces no, y tampoco escapa a todas las variables de producción que tiene todo espectáculo. Desde la creación a la difusión, estrategia y programación. En este sentido, a un unipersonal hay que cuidarlo. Así me ha pasado con “Conferencia…”, durante cinco años en dónde me dio muchísimas alegrías. Ese sistema que uno tiene de poder cuidar algo que es como un show, no solo por la importancia de la música sino desde lo conceptual, de este ‘entro, salgo, te tiro y me voy’, aplica a poder aparecer en cualquier lado. A la obra le auguramos una vida hermosa, larga y fascinante. Estamos atravesando un momento muy delicado en el país, pero hay que hacer alarde de la filosofía y seguir y seguir. Esto me permitió afianzar mucho el espectáculo en localidades y ciudades muy teatreras como Córdoba, Santa Fe, Rosario, Montevideo. Llegamos a Buenos Aires muy sólidos y seguros de lo que estábamos mostrando. Sentí las repercusiones que estamos teniendo y que nos hacen saber, porque siguen apareciendo esas famosas recomendaciones de boca a boca, y en poquitas funciones tenemos gente que necesita verla por segunda vez. Eso habla de lo vivo que esta el espectáculo y lo que tenemos entre manos.

-¿Cuál es la proyección para 2024?

Luego del 17 de diciembre, la función despedida de este año, arrancaremos una temporada en simultáneo, en principio en Buenos Aires (los miércoles, en Picadilly de calle Corrientes) y en Mar del Plata (los martes del verano, en el Auditorium, sala Payró). Vamos a hacer esa jugada que me encanta, por el hecho de tener la libertad de no estar en un solo lugar, y más con esta puesta y coordinación que es fácil de llevar. Eso, en principio, es lo confirmado hasta ahora y hay varias chances más que tienen que ver con la costa o con otros lugares turísticos del país, pero, de momento, el haber cerrado ambas ciudades a la vez lo considero un hallazgo grande de producción y del cual voy a disfrutar.

Podés leer nuestra reseña de «QUIÉN SOY YO: FILOSOFÍA CLANDESTINA» en el siguiente link: https://revistasieteartes.com/2023/11/14/en-escena-quien-soy-yo-filosofia-clandestina-teatro-picadilly-por-maximiliano-curcio/

Podés leer la primera parte de la entrevista en el siguiente link: https://revistasieteartes.com/2023/12/18/conversaciones-siete-artes-fabian-vena-primera-parte-por-maximiliano-curcio/

El material fotográfico que acompaña a esta nota es gentileza de Team 22 Producciones

ACERCA DEL AUTOR

Maximiliano Curcio es periodista cultural, escritor, docente y productor de contenidos radiales. Es director de la Revista Cultural Siete Artes, ha colaborado con numerosos medios digitales y publicado más de treinta libros.

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