Relatos: El secreto de Amorina. Por DANIELA PATRONE

Amorina siempre había soñado con ser bailarina clásica. Se llevó una gran decepción cuando se lo confesó a sus padres y su progenitor le dijo:

—¿Bailarina? ¡De ninguna manera, niña! ¿Quién te mete esas locas ideas en la cabeza? Del arte no se vive, eso es solo para vagos, ¡tú serás doctora, todo el mundo dirá, ahí va el padre de la doctora!

            Pero ante la negativa, Amorina no se amedrentó y comenzó a tomar clases a espalda de sus padres, o mejor dicho de su padre, don Manolo, un gallego bastante cabeza dura, autoritario y un tanto machista. Su madre, doña Elena, por el contrario, siempre la había alentado para que siguiese su camino. Sabía sobre la pasión que corría por las venas de su hija, la misma pasión por el ballet que había corrido por las suyas, pero que no pudo concretar, justamente por «don Manolo».
            Y ahí estaba, unos cuantos años después, en el camarín del teatro Colon, el teatro más majestuoso del mundo entero, a punto de salir a escena para representar El lago de los cisnes.                                                                               Sabía que después de la función llegaría el infaltable ramo de rosas rojas que siempre  le enviaba su padre, junto a una tarjeta escrita de su puño y letra, donde le decía lo orgulloso que se sentía de ella, pues ante el éxito de Amorina, a don Manolo no le quedó más remedio que resignarse y aceptar la vocación de su hija. Tanto él como su madre, siempre estaban en primera fila en las funciones y cuando estaban en Argentina, luego de la función, los tres iban a celebrar al icónico Café Tortoni, escoltados por los fans y los periodistas.                                               El telón se abrió y ante los ojos de Amorina apareció el teatro en todo su esplendor, repleto por un público ansioso por deleitarse con su arte.  
Como siempre, la función fue un éxito y la gente aplaudió hasta el cansancio; Amorina, una vez más, había arrasado.

            La enfermera inyectó el calmante en el brazo de Amorina. Había atravesado una nueva crisis psicótica. Desconsolada, su madre observaba la escena desde la ventana que la separaba de su niña. Al salir de la habitación, la enfermera la miró con empatía y se acercó.


            —Buenas tardes, señora. Mi nombre es Eugenia y es mi primer día de trabajo. —Doña Elena asintió.          
            —Disculpe la impertinencia, pero me interesa conocer las historia de los pacientes que atiendo. ¿Qué le ha sucedido a su hija como para terminar en un lugar así?

            La mujer tardó en responder, como si fuese muy doloroso recordar y en verdad lo era. Cada vez que recordaba lo sucedido, la herida que llevaba en su corazón se abría un poco más. Finalmente dijo:

—Amorina soñaba con ser bailarina clásica, pero mi marido se opuso. Le importaba más las apariencias que la felicidad de su propia hija. Esa negativa no logró cortar las alas de mi niña, así que se buscó una profesora de ballet y comenzó a tomar clases en secreto. Era el secreto de Amorina y el mío también. Pero en algún momento, el diablo mete la cola y todo se termina sabiendo. — Doña Elena trató de reprimir el llanto mientras los recuerdos golpeaban en su mente y en su corazón. —Mi marido, cuando se enteró se puso furioso y descargó su ira sobre el cuerpo de mi pobre niña. Estaba enceguecido por el odio, por la rabia de haber sido desobedecido y engañado y la golpeó una y otra vez sin piedad. —En ese punto del relato, doña Elena lloraba desconsoladamente, pero prosiguió: —La golpeó tanto que dañó su columna e imposibilitó que volviese a caminar. El sueño de Amorina había muerto y su cordura también. Cuando mi hija se enteró de su discapacidad enloqueció y comenzó a vivir en un mundo paralelo, un mundo donde afirma ser una famosa bailarina que actúa en todos los teatros más importantes del mundo y que su padre está feliz y orgulloso de ella… pero cuando el velo de la razón pasa un momento por su mente y se reconoce en el lamentable estado en el que se encuentra, enloquece de ira, como sucedió hace un momento.                                                                                                                                 

La enfermera secó sus lágrimas y abrazó a la madre de la mujer que yacía en esa cama de hospital. Ambas notaron que Amorina sonreía, seguramente el telón de su mente se había vuelto a abrir y los aplausos inundaron el lugar.

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