GRAN ACTO: «BERGMAN ISLAND» (2021). Por Alexia Muíños Ruiz

Con idéntico título que el documental de Marie Nyreröd de 2006, que recuperaba la mítica serie de entrevistas que Ingmar Bergman concedió un par de años antes de morir, la cineasta francesa Mia Hansen-Løve aborda en su séptimo largometraje, BERGMAN ISLAND, el frágil universo de la creatividad a través del amor y reflexiona sobre el bergmaniano tema de la pareja y el peso de la memoria.

La acción se desarrolla en el hábitat del cineasta más existencialista, la isla donde el tótem del cine sueco rodó «Como en un Espejo», «Persona», «La hora del lobo», «La Verguënza», «Escenas de un Matrimonio» y donde vivió los últimos 42 años de su vida. La isla de Bergman no es sólo el espacio físico donde transcurre la trama, es también un espacio intelectual de conexión con uno de los cineastas más influyentes y vanguardistas de la historia del cine. La isla de Bergman es a la vez el paraíso soñado y una prisión donde no se puede escapar al espíritu de Ingmar Bergman.

BERGMAN ISLAND se rodó en los veranos de 2018 y 2019 y una vez terminada, se reservó hasta el fin del confinamiento festivalero, para estrenarse con honores en la 74 edición del Festival de Cannes, donde compite por la Palma de Oro. Para una cinéfila y apasionada de Bergman, es una delicia ver como Hansen-Løve, una autora con predilección por los personajes estoicos, nos permite deambular por la isla de Fårö, recordando a Bergman y  enfrentando a la persona, con sus aristas y defectos, con el artista incontestable que fue. Bergman está presente en toda la película que si bien formalmente diverge del universo bergmaniano, sí recupera su espacio y uno de sus temas fundamentales, la relación de pareja.

La película puede disfrutarse igualmente sin conocer la obra de Bergman, pero indudablemente, quien esté familiarizado con los films de Bergman y la pasión que despierta entre la cinefilia, podrá saborear la ironía con que Mia Hansen-Løve trata ese parque temático sobre Bergman en que se ha convertido la recóndita isla, donde no sólo se ha montado la semana Bergman, sino un safari Bergman para recorrer los lugares emblemáticos inmortalizados en sus películas. Ay, si la genialidad pudiera respirarse…

El film comienza con las peripecias del viaje de una pareja de cineastas, Chris (Vicky Krieps, a quien descubrimos en El hilo Invisible de P.T. Anderson y destaca con una interpretación naturalmente exquisita), y Tony (Tim Roth, que no precisa presentación). El trayecto hasta la remota isla de Fårö, donde ambos se disponen a trabajar en sus respectivos guiones cinematograficos, es farragoso. A una travesía agitada en avión, le sigue un viaje en ferry para después perderse literalmente por la isla y esto sólo acaba de empezar. Para llegar a Fårö, hay que hacer un ejercicio consciente, igual que para llegar al corazón de las películas del sueco.  A la emoción inicial de Chris, por conocer la isla que inspiró películas que admira, y poder habitar el mismo espacio físico de Ingmar Bergman, le sigue una sensación de angustia y parálisis creativa.

El espacio físico va por un lado y las emociones por otro. Se siente abrumada por la belleza inhóspita de la isla y por el peso de la obra de Bergman en cada rincón de la casa. En la casa donde se alojan, la del propio Bergman, le resulta imposible trabajar sin sentirse empequeñecida así que decide encerrarse a trabajar no en la casa, sino en el molino enfrente, de manera que mantiene contacto visual con Tony, pero sin realmente tener contacto. El hecho de dormir en la habitación donde se rodó Escenas de un Matrimonio, la película que más divorcios ha provocado como les informa una guía local, le genera muchas dudas a Chris.

Afloran sutilmente (como siempre en Hansen-Løve) pequeños gestos que ahondan en la paulatina separación de Tony y Chris, grietas superficiales en esa pareja de artistas, tan racional, tan comedida y con tan poca pasión evidente el uno por el otro. Cuando deciden disfrutar de la sala de proyección de Bergman y de las copias disponibles en la casa, no se ponen de acuerdo acerca de qué película ver. Chris quiere un Bergman amable, pero Tony se sabe de memoria «Fanny y Alexander», «Un verano con Monika» y no soporta «El séptimo sello». Hansen-Løve  nos sorprende con toques de humor en muchas conversaciones en torno a Bergman, rebajando su estatus de Dios del Olimpo Cinematográfico como cuando Chris descarta «En la hora del lobo» por lo brutal que resulta ver el cráneo de un niño machacado contra una roca. Por eliminación, acaban viendo «Gritos y Susurros» y Chris acaba, evidentemente, sufriendo y deseando que Bergman se divirtiera más en su vida de lo que parece según sus películas. Todo este material emocional impacta en la realidad de su relación.

Tienen sus diferencias al lidiar con el distanciamiento de su hija, ahora a cargo de la abuela mientras la pareja se entrega a su retiro de escritura o vacaciones en el Báltico. Chris echa de menos y sufre por esta distancia mientras reflexiona sobre si Bergman habría sido capaz de dirigir 70 películas si hubiera atendido a alguno de sus 9 hijos. En un momento distendido, la directora ironiza sobre el hecho de la nula repercusión que tuvo en la carrera de Bergman el hecho de haber sido padre de 9 hijos con 5 mujeres diferentes. Las renuncias que conlleva la paternidad no son las mismas que las inherentes a la maternidad. Chris, bienvenido su sarcasmo, deja caer que también le gustaría tener hijos con 5 hombres distintos y que le gusta encontrar coherencia entre el hombre y el artista al que admira. El críptico Tony, acepta esos comentarios con una sonrisa forzada y mucho misterio. Tony, es un veterano cineasta con mayor recorrido vital que Chris, reconocido por el público y en la isla es tratado con mayor distinción. Es invitado a una mesa redonda, a presentar una retrospectiva y dar una masterclass, de la que Chris, aún una cineasta que lucha por encontrar su sitio y su visión, prefiere escapar. Seguramente ya conoce todo lo que Tony puede contar y necesita encontrar su espacio personal en la isla para ser capaz de acabar su guion.

Tony acude solo al Safari Bergman mientras Chris se entretiene por su cuenta. Parece que dormir en la cama de «Escenas de un matrimonio»sí pasa peaje. Tanto en «El Padre de mis hijos» (Premio especial del Jurado en un Certain Regard en Cannes 2009), en «Un amor de Juventud» (2011), «Eden» (2014), o en la premiada con el oso de Plata a la mejor dirección en la Berlinale 2016, «El Porvenir», los personajes de Hansen-Løve están definidos por su ética del trabajo, sean profesoras de filosofía, DJs, arquitectos, reporteros o productores de cine. Personajes que encuentran su vocación y la desempeñan con dignidad, aunque les cueste la vida. Y el trabajo marca su evolución dramática. Cuando el trabajo no fluye, los personajes entran en crisis. Chris encuentra la catarsis a su crisis creativa en un paseo con un joven estudiante de cine (sí, todo en la isla de Fårö es cine), con el que comparte, literalmente, una botella de sidra. Beben a morro de la botella en un pequeño gesto de trangresión que acaba en un chapuzón en la playa con una guerra de medusas incluida. Medusas tan inofensivas como su flirteo. Es la pequeña venganza de Chris después de haber sorprendido el cuaderno de notas de Tony, repleto de dibujos eróticos que frisan lo sádico. Chris es consciente de los muchos secretos que guarda Tony, pero no se atreve a preguntar.

Cuando ya esperábamos una escena explosiva, estilo Bergman, la película nos sorprende volviéndose más estilo Rohmer o Linklater. El momento que marca un punto de inflexión es cuando Chris, siente la necesidad de contar su guión a Tony, que no puede mostrar mayor desinterés ante el avance creativo de su pareja. Y en un habilidoso ejercicio metacinematográfico, nos encontramos de lleno en la película que Chris está relatando, titulada «El Vestido Blanco».

Se despliega entonces el delicado juego de matrioskas de BERGMAN ISLAND, con una ficción dentro de la ficción, que a su vez tiene marcado carácter autobiográfico, de nuevo, como en anteriores filmes de la directora. 

En «El Vestido Blanco» la trama gira en torno al reencuentro de una cineasta con su primer amor, en el contexto de la boda de unos amigos comunes en la isla de Fårö, dónde si no. Amy, (una estupenda, Mia Wasikowska) toma el ferry igual que hicieron antes Chris y Tony. En su exitosa primera película, Amy idealizó a su primer amor (Anders Danielsen como Joseph) que la dejó por otra y el reencuentro años después supone la posibilidad de reabrir y cerrar heridas, más preguntas irresolubles y respuestas volátiles. Joseph cree que sale malparado en la película y pone a prueba su ego con Amy, ahora que han transcurrido varios años. Está claro que en este juego de espejos, Amy es el alter ego de Chris, y Chris a su vez, es un alter ego de Mia Hansen-Løve, que le envía indirectas a su ex pareja el también cineasta Olivier Assayas, a través de la acción de «El Vestido Blanco».  Amy aspira a vivir una boda simbólica con Joseph, en Fårö, luciendo su vestido blanco. Pero ambos tienen pareja y el blanco es poco adecuado para una boda a no ser que seas la novia.

También en esta película encontramos referencias directas a Bergman, tanto en algunos planos que evocan Persona o La Hora del Lobo como en menciones en las conversaciones. A pesar del homenaje a Bergman que es en sí la película, no hay reverencia ninguna hacia la persona del ganador de cuatro premios Óscar, aunque queda patente que todo en la isla está impregnado de Bergman y todos están familiarizados con sus películas.

«El vestido Blanco» desborda pasión juvenil. La pasión de la que adolece Chris, desborda a Amy en su reencuentro con el lánguido Joseph. Es el juego del gato y el ratón, que se deja seducir y aviva las cenizas de un amor, para escaparse de nuevo dejando a Amy desconsolada por segunda vez. Las preguntas quedan en el aire. Son las preguntas de Chris que no sabe como finalizar ese guión, o las de Hansen-Løve? 

El Vestido blanco acaba abruptamente. Chris pide ayuda a Tony para acabar el guión. Es un grito sordo solicitando ayuda en un plano vital más que cinematográfico. Tony le da una bendición lapidaria, sólo ella sabe como acabar su historia. Sólo ella es capaz.

Las dos películas se funden sin confundirse en la bella cinematografía de Denis Lenoir, colaborador habitual de Hansen-Love y anteriormente de Assayas, que privilegia la luz del verano nórdico y consigue igualmente unos saturados planos nocturnos y crepusculares.

BERGMAN ISLAND es una caja de sorpresas, un juego de espejos con múltiples detalles y una hermosa película de verano, «El Rayo Verde» en Fårö. Deja en el aire muchas preguntas sin resolver, pero sí sabemos que Chris consigue hacer su película, aunque cueste sudor, lágrimas y zambullirse en recuerdos aún no curados. La película es un canto a los procesos creativos, a veces dolorosos, como la propia maternidad.

Al acabar al proyección, la talentosa Mia Hansen-Løve se deshizo en lágrimas, confirmando el material humano que dejó encerrado para siempre dentro de su film. Su séptimo largometraje, si bien no ha conseguido un premio, ha tenido una buena acogida en esta edición del Festival de Cannes, un contexto donde sus sutilezas, giros meta-cinematograficos y metáforas visuales puedan ser apreciados.

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