CUENTOS: ‘El Espejo’, por MILITZA JIMENEZ

Una  gota de sangre tiñó la superficie y dibujó una forma sinuosa en el lavamanos,  con la mano derecha se frotó la barba,  cambió la hoja de la  máquina de afeitar, y volvió a observar su reflejo en el espejo, una luz incandescente entrando por la ventana dibujaba una figura que distorsionaba su rostro,  corrió la cortina y así pudo continuar con aquella laboriosa tarea de rasurarse, se detalló, había cambiado poco, se podía decir que el tiempo no jugaba a detenerse en su rostro.

 Siempre  había aparentado  menos edad, que la que tenía, corto los pelos de su nariz,  y termino de recortar  las patillas, se frotó  loción y cuando hubo terminado se miró satisfecho, se comparó con la pequeña fotografía  adosada en la pared,  vanidosamente pensó que era un hombre muy atractivo, tenía un fisonomía europea, blanco, de ojos claros, cabellos castaño  oscuro , nariz respingada,  labios  gruesos con una sensualidad que destacaba al sonreír, si  ¡ era un hombre muy atractivo ¡.

Cuidaba de su cuerpo, en las mañanas  al levantarse  hacia ejercicios, luego  corría cinco kilómetros, llegaba y tomaba un baño caliente con sales aromáticas,  se acicalaba en aquel espejo antiguo de bronce con forma de diamante.

Después  desayunaba frutas, y cereal,  escogía la ropa  cuidadosamente, era muy elegante  y sobrio, combinaba los zapatos con los pantalones, la camisa con la corbata, si la ocasión lo ameritaba  vestía su mejor traje , luego un perfume,  salía y lo primero que hacía era  inflar sus pulmones  con una gran bocanada, como queriendo aspirar la vitalidad de la ciudad, compraba el periódico en el puesto de la esquina, luego se sentaba en alguna plaza,  ,caminaba  por algún  centro comercial , o visitaba  museos, a las doce  buscaba un   sitio donde almorzar, se tomaba un café ,y  regresaba  a su apartamento y dormitaba toda la tarde.

En las noches era distinto, tenía una lista lugares que frecuentaba, allí bailaba y tomaba uno que otro trago, su cuidado personal no le permitía excederse con la bebida, el cigarrillo lo había dejado  hacía veinte años cuando decidió, consagrarse al culto de su cuerpo, nada de excesos, 

Su noche terminaba relativamente tarde, a las doce, solía regresar solo o acompañado,  era su rutina.

 Las mujeres  por lo general,  sabían a la mañana siguiente, que el paso por su cama era efímero,  alguna que otra regresaba, y luego su presencia se iba desvaneciendo, cuando comprendían que pertenecía   a  una rara especie,” un lobo estepario de  Hermann Hesse,”

Como amante siempre se sintió satisfecho, sin embargo una pregunta le martillaba de vez  en cuando en su cabeza, ¿porque ninguna de aquellas mujeres había logrado echar raíces en su vida, porque con ninguna se sentía cómodo? la que más había durado, era Viviana una bella española que conoció en un café.

 Había vivido un  mes con él, al principio la química fue intensa, era tierna apasionada,  era una  refinada chef, compartía con él la pasión por  el  arte , llegó a pensar   que con ella terminarían  su  días solitarios,  hasta que una mañana mientras él se afeitaba la vio sentada  realizando la más común de las funciones  humanas,  desde aquel momento todo cambio, el aura con la que la había envuelto, se extinguió,  empezó a verla  tosca, masculina, hasta dejó de verla hermosa, todo  en ella empezó a molestarle.

Un día en un ataque de ira, le soltó a raja tabla, los supuestos defectos vistos por él, y que ahora lo atormentaban y hacían la convivencia insoportable,  las lágrimas derramadas  empeoraron la situación, no había nada que lo molestara más que la falta de entereza de una mujer.                          

Después de aquello, trató de no involucrarse sentimentalmente, eran aves de paso, tomaba de ellas lo que quería y lo disfrutaba, y nada más,  si alguna sexualmente lo atraía demasiado, marcaba territorio con dinero, era poseedor de una carga sexual muy fuerte, siempre fue así, su cama rara vez estaba  fría, cuando caminaba por alguna plaza o sentado tomando un café, podía sentir la atracción que ejercía sobre las féminas, sabía que era un hombre bien parecido, sonrió  ante aquel adjetivo, pero era la realidad.

De vez en cuando se reunía con sus viejos amigos de la infancia y la universidad, secretamente se regodeaba cuando alababan su buen estado físico, y como su andar causaba envidia  ante aquel  bastón  que gritaba que su portador  tenía  una incapacidad al caminar.

Cada cierto tiempo  renovaba su guardarropa, le gustaba estar a la moda, disfrutaba  de la atención desplegada por las empleadas  para complacerlo, y cuando alguna dejaba colar un papel con su número telefónico.

 Nunca había pensado en hijos, esposas fastidiosas, familiares esperando su último suspiro para heredarlo, solo soportaba las esporádicas  pláticas con sus amigos, porque al verlos llevando una vida mediocre, le refirmaban la idea  que tenia de que su forma de vivir era perfecta.

Aquella noche  regresó temprano  eran las diez, un dolor de cabeza  le repiqueteaba en las sienes, se tomó una pastilla y se acostó,  aquella molestia  tenía  su origen  en un suceso ocurrido días antes, una hermosa mujer  se le insinuó y lo invitó explícitamente, al tenerla en su guarida de lobo solitario, no pudo responder,  ante aquel ser que se engrandecía con cada  prenda íntima quitada, fue  tal el espectáculo de su belleza,  que se sintió pequeño y  así se quedó.

La mujer se  despidió y antes de cerrar la puerta,  le susurró con dejo de compasión- no te preocupes a cualquiera le pasa, – pensó, a cualquiera podía pasarle, a sus decrépitos amigos podía pasarle pero a él, ¡no¡ así se fue quedando dormido.

Amanecía y  lo despertó un sonido, entre abrió los ojos lentamente, un punto de luz entrando por la ventana le hirió la retina, se levantó, sintió lo frio del piso, se dirigió al baño  y lo escuchó más fuerte,  recostó su rostro a la pared, era un golpe  seco dado desde el otro lado, en su reloj eran las seis,  al mirarse en el espejo, se vio diferente, las arrugas incipientes eran ahora más marcadas, no le gusto lo que vio.

En  aquella mañana, con más determinación, corrió un kilómetro más,   esmeró en su cuidado personal,  de pasó por una farmacia   compró unas vitaminas, en una venta de cosméticos, una crema para el rostro, luego le realizaron una limpieza facial, había decidido darle la lucha  a cualquier cosa que lo deteriorara más. No podía  dejarle  todo al tiempo

Cuando regresó  se sintió cansado,  durmió toda la tarde, al levantarse reparó en el tiempo invertido en dormir, razonó,   su mente,  también debía ser ejercitada  para mantenerse joven, mañana comenzaría unas clases de inglés, compraría una computadora, no solo era verse joven era sentirse joven.

Eran las seis de la mañana  cuando  escucho de nuevo  aquel sonido  rítmico y sincronizado, hoy investigaría quien desconsideradamente  lo despertaba  todos los días exactamente a la misma hora, se levantó  y decidió salir a realizar lo pautado rutinariamente,  se sintió cansado  a pesar de haber dormido toda la noche, en la última caminata  le costó  terminar  los kilómetros acostumbrados, durante el día olvido varias de las tareas  pendientes, lo atribuyó a su propia exigencia .

 Diariamente se miraba al espejo, para constatar  que se veía igual, pero aquel día  se vio demacrado, algo llamó su atención el espejo estaba desnivelado, lo colocó correctamente, tal vez fuera el tornillo que necesitaba ser ajustado, lo haría después, esperaba una visita,  la cita era  a las diez, como siempre  todo fluyó como él esperaba, la mujer, antes de marcharse, lo miró y le pronunció con un dejó de fastidio – No me llames, yo te llamaré – no le dio importancia, mujeres solitarias había de sobra,  buscando  su compañía.

Una fiebre y un malestar matutino,  lo mantuvieron en cama durante toda la semana, durante varios días evitó verse en el espejo  solo le seguía molestando el  sonido que lo despertaba a las seis de la mañana.

 Decidió   realizarse un chequeo médico, lo recibió una enfermera de rostro austero , le tomó la tensión,  lo pasó  a un ambiente  higiénicamente blanco, un doctor serio, frio  e impersonal lo atendió, no manifestó ninguna emoción,  le entregó unas  órdenes para  realizarse  unos exámenes, luego se marchó, después de habérsele tomado una muestra de sangre.

Al  regresar tomó  el metro, volvió a sentir  un  escalofrió  recorriéndole la espalda,   recostó la cabeza y sintió  la vibración  de la máquina , a su lado una mujer  con un niño dormido  en sus  brazos  lo observó como si pudiera ver a través de él, de pronto sintió como si le faltara el aire, las puertas abriéndose en las  estaciones, despertaron al niño, quien abrió los ojos y lo miró acercó  su carita  a la de su madre y le susurro en el oído – mami  es un abuelito-.

El  malestar físico y las palabras oídas, le causaron  unas ganas terribles de vomitar. Apenas franqueó la puerta de su apartamento, se dirigió al baño y vació todo  el contenido estomacal, sintió de nuevo el sonido fuerte en la pared, esta vez  la hacía vibrar, el espejo ahora se movía, el sopor de los  jugos gástrico  y el repiqueteo  lo mantenían  lejano, con las manos en las sienes,   se incorporó y se acercó al espejo,  observó su rostro, sus ojos, los parpados caídos y el contorno del rostro  desdibujado, sus cabellos encanecidos y ralos, su piel mostraba un color amarillo verdoso.  

 Notó   una pequeña mancha violácea en el ángulo de la mandíbula, examinó  otras zonas de su rostro, espantado vio otras similares en su cuello, de pronto vio como el espejo  caía,  estallando, dejando miles de partículas plateadas disgregadas por el suelo, en la pared un ojo siniestro irradiaba la superficie, donde segundos antes estaba el tornillo, un trozo de cristal  en forma  triangular quedó a sus pies, allí pudo ver su   reflejo distorsionado   y una vocecita que repetía en ecos   “mira mami es un  abuelito.”

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