X-NO: «Crash» (1996, David Cronenberg). Por MAXIMILIANO CURCIO

ACABAR ENTRE FIERROS RETORCIDOS

Basada en una novela de culto de 1973 del escritor de ciencia ficción J.G. Ballard, “Crash” se ubica en un futuro cercano. El personaje interpretado por James Spader resulta herido en un accidente automovilístico que mata a un hombre y hiere gravemente a su esposa, la doctora interpretada por Holly Hunter. Llamativamente, el impacto actúa como poderoso efecto dominó-afrodisíaco para la dupla, quienes comienzan a compartir, de modo compulsivo, explosivos encuentros sexuales en autos, a modo liberador, recreando la mecánica accidental.

Sexualmente recargado, el set de filmación de «Crash» se rodea de una atmósfera extraña. Hora de actuar, también de disfrutar: la libido no se debe reprimir y la deformación de los cuerpos es para David Cronenberg una exquisita metáfora. Sin embargo, la frecuencia no equivale a excitación. Los maniquíes de pruebas de choque se despedazan ante nuestra mirada voyeur. La grotesca mutación de carne, metal y óxido fusionándose causa un extraño efecto. El canadiense no deja ítem sin tachar de su lista de infaltables para la alta suciedad: lo parafílico, lo perverso, lo morboso, lo sádico conviven en “Crash”. Es instintivo, la carne traspasada nos lleva al éxtasis recurriendo a una mirada fetichista en donde la pulsión de muerte aparece en primer plano

‘¡Luz, cámara, acción!’, grita el siempre provocativo Cronenberg y nos retrotraemos a “Shivers” (1975), uno de sus primeros largometrajes. Allí, unos parásitos venéreos convertían a las personas en zombis enloquecidos por el sexo. La inconfundible huella artística. Porque el sexo está en todo lo demás y el realizador de “The Fly” (1988) se ha vuelto un experto en diseccionar la salvaje identidad de sus criaturas. Del otro lado de la pantalla permanecemos atentos; el vicio es una rueda de la que no podemos bajar.

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