GRAN ACTO: Especial Premios Oscar / «Licorice Pizza», por Alexia Muiños Ruiz

«La vida es eso que pasa mientras corremos»

Qué delicia es salir del cine Renoir una noche de invierno tarareando Life on Mars y pensando en lo bonito que es enamorarse. Especialmente enamorarse dentro de una hermosa película rodada en 35 mm y con una banda sonora de los años 60 y 70. La magia de la emulsión cinematográfica impregna de belleza y sensualidad las imágenes que Paul Thomas Anderson ha creado para LICORICE PIZZA. No sé si el regaliz le va bien a la pizza, pero la película es un bomboncito. Su viaje al pasado, un poco a lo Linklater en Dazed & Confused o Everybody wants some, despojado de nostalgia pero bien cargado de música y de intenciones, nos hace pensar en cómo era prendarse de alguien con sólo una mirada. En la conexión de la pupilas y la sonrisa, eso que hemos echado tanto en falta detrás de las mascarillas.  

¿Qué hace tan bien Paul Thomas Anderson para que sus películas seduzcan y sus imágenes habiten en nuestra mente más allá de la película? Además de hacer innumerables pruebas de cámara y emulsiones con obsesión Kubrickiana, Paul Thomas Anderson recrea no sólo la atmósfera de este área de Los Angeles sino también locales desaparecidos, como el afamado restaurante The tail o’ the cock donde festejaban los VIPs de la época y que él conoció en su infancia. En esta ocasión, nos hace vivir el enamoramiento no convencional de una pareja improbable y anti canónica, el quinceañero, actor y empresario incipiente, Gary Valentine (Cooper Hoffman, hijo del desaparecido Philip Seymour Hoffman) y Alana Kane (la cantante Alana Haim), una joven de 25 años que navega en la indecisión pero tiene ganas de llevar a la casa familiar el novio adecuado para el Sabbath.

Gary lo tiene claro, se va a casar con Alana. ¿Es posible tener mayor seguridad con la cara llena de granos? Alana, siempre en continuo movimiento, choca con el chaval que espera a que le tomen su foto de graduación. Alana trabaja de azafata en el evento. Ha aprendido a vivir en un entorno hostil donde es normal que el fotógrafo, su jefe, le toque el culo sin más aspavientos ni asombro. También es normal que los poderosos de Hollywood la necesiten de atrezzo en una cita mientras se excitan con ellos mismos recitando el diálogo de sus películas. Alana se presta a arriesgar su vida en un salto en motocicleta para que el macho alfa de turno reciba una ovación que sostendrá su ego en decadencia. Alana está acostumbrada a consentir sin planteárselo siquiera. La segunda ola del feminismo no había calado en su familia más allá de liberarse del sujetador.

Alana rechaza a Gary pero con la boca pequeña. No pueden ser novios, porque hay una diferencia de edad que convierte a Gary en un crío, pero sí pueden pasar tiempo juntos. Alana se convierte en la acompañante, socia e incluso actúa como responsable del menor Gary. Su relación es un continuo ni contigo ni sin ti. A pesar de los muchos gestos tóxicos de Gary, como acecharla por teléfono fingiendo ser otro, pedirle que sea sexy mientras trabaja de vendedora para él o exhibirla en bikini en la inauguración de su tienda de colchones de agua, el carisma de Gary y su infinita capacidad de improvisar, acaban por atraer a Alana, inconsciente de la pátina de peligro que Gary lleva colgada.

Licorice es una  película romántica pero hay sólo una escena de amor, donde las manos de Alana y Gary apenas se rozan tumbados sobre un colchón de agua; es una screwball comedy con secundarios de lujo como Sean Penn, Tom Waits y Bradley Cooper dándolo todo para parodiar los distintos estamentos hollywoodienses. Ahí el film se distancia de American Graffiti y nos recuerda a Once Upon a Time in Hollywood, que se desarrolla 4 años antes que Licorice Pizza pero bebe de la misma atmósfera. La película también apunta momentos bochornosos de los programas televisivos de los años 70. No es condescendiente en su mirada al pasado si bien nos regala los oídos con Nina Simone, David Bowie,The Doors o el Let me Roll It de McCartney.

Paul Thomas Anderson transmite mucha frescura y espontaneidad en el que es su noveno largometraje de ficción. Tal vez porque los protagonistas, y parte del equipo técnico son debutantes y la película transcurre como una sucesión de escenas veraniegas en el californiano valle de San Fernando. Nos remite vagamente a Punch Drunk Love en el tono aunque Licorice Pizza es más espontánea y menos estructurada, pero no superior. Es probablemente la película más accesible del director de El hilo invisible, Magnolia o Boogie Nights. Anderson también es autor de 8 de los videos musicales de la banda de Alana Haim y sus hermanas e incluyó alguna anécdota personal de Haim en la trama de Licorice Pizza. Es curioso ver que la familia real de Alana y sus hermanas, aparece en la película como su familia de ficción.

Cinematográficamente hay que destacar esos hermosos travelling laterales de Alana, de Gary, de Gary hacia Alana, de Alana hacia Gary, del uno hacia el otro siempre corriendo y buscando una locura y empresa mayor, porque, en este verano del 73, no pueden estar el uno sin el otro. Eso debe ser enamorarse, correr y encontrarse con el abrazo deseado.

Licorice Pizza está nominada a mejor película, mejor dirección y mejor guión en los premios Óscar. Sorprendentemente, los debutantes Haim y Hoffman que cargan con el peso de mantener la película con su espontaneidad y gestos faciales no están nominados.

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