MIRADAS SECUENCIALES: «The Tragedy of Macbeth» (2021). Por Maximiliano Curcio

¡ALL HAIL THE KING! (TODOS SALUDEN A DENZEL)

Puntaje: 10

Las relaciones que traman la producción teatral y literaria de William Shakespeare con el cine son profusas. Probablemente estemos hablando del autor más veces adaptado, y la presente obra demuestra, por enésima vez, su persistente vigencia. Eslabón insoslayable a la hora de comprender la visión shakesperiana sobre la condición humana, el rastro cinematográfico de “Macbeth” nos lleva hasta la rudimentaria puesta de paredes de cartón piedra planeada por Orson Welles, proverbial especialista, en 1948. También al sentido de la transposición reescribiendo coordenadas históricas, sociales y geográficas, en “Trono de Sangre” (1957), de Akira Kurosawa. Y de allí al violento abordaje en la visceral, traumática y psicológica versión rodada por Roman Polanski en 1971. Representada por primera vez en 1606, su huella cronológica llega hasta 2015, gracias a la adaptación realizada por Justin Kurzel, como antecedente inmediato a la presente “The Tragedy of Macbeth”, primera incursión en solitario del director Joel Coen proyectada en glorioso blanco y negro.

“Macbeth” es una obra que nos habla acerca de un ser humano envilecido, enceguecido por sus ansias de poder. Es una exhaustiva examinación sobre los efectos psicológicos de una ambición sin límites. Es una oscura, alucinada e ilustrativa descripción que indaga en conflictos políticos concernientes a las islas británicas, haciendo hincapié en la corrompida realeza protagonista, y el caos que entraña (y desata) una traición, como elemento convergente de un panorama que nos advierte el omnipresente peligro latente sobre la tragedia que se cierne, inevitable. Las visiones de culpa no tardarán en aparecer precediendo el escalofrío, el espiral de locura consuma su arco evolutivo. No existe poder que pueda eternizarse ni honor que salga ileso. Unas abominables criaturas profetizarán un funesto destino. Las manchas de sangre esparcidas no ocultarán sus rastros, mientras dolientes personajes llevan adelante un plan criminal. El implacable filo de armas punzantes brilla en la oscuridad del castillo medieval. Las aves rapaces sobrevuelan nuestras cabezas. La brujería obedece a la razón de todo mal.

Joel Coen se rodea de un grandísimo equipo técnico para llevar adelante su personalísima puesta. Una estética escenografía otorga al film un sentido fuertemente teatral, mientras la detallada arquitectura de los espacios permite una utilización plástica de la iluminación con un fuerte sesgo expresionista. La encomiable imaginación del fotógrafo Bruno Dellbonel hace las delicias en claroscuros y las geometrías que enriquecen visualmente la propuesta narrativa de este festín sangriento. La música del oscarizado Carter Burwell otorga espíritu y dramatismo al riesgo artístico tomado por Coen.  El preciosismo visual de “The Tragedy of Macbeth” encuentra en su enorme elenco interpretativo las piezas perfectas para sellar la suerte de grandeza de un film cuyo mayor desacierto, producto de las modas de exhibición imperantes, es que no haya llegado a nuestro país para ser disfrutado en una sala de cine. Un pecado capital que nos priva de contemplar y vibrar junto a dos de las estrellas de cine más grandes, no digamos de su generación, sino de todos los tiempos.

Allí está Frances McDormand, triple ganadora del Oscar, colocándose en la piel de la fría, calculadora e implacable Lady Macbeth, engendrando la avaricia de poder sin límites. Una poderosa presencia, incitadora al regicidio y eje del conflicto desatado, quien jamás reprime su deseo de dominación. Vanidosa, es un silencioso trueno que martiriza el remordimiento del rey. Engendrando la tortura moral en cuerpo y alma, el peso completo del film y su cabal contundencia, recae sobre el inmenso Denzel Washington. Llega un momento en que se agotan los adjetivos a la hora de describir a uno de los intérpretes fundamentales para la historia del cine. Puede el destino trazar un desenlace de fábula para la trayectoria de Denzel, un especialista en llevar a Shakespeare sobre los escenarios, quien obtiene aquí un rol que se congracia con su fenomenal filmografía. Otro hito más a su profusa galería de personajes. Con total magnetismo y autoridad, el nativo de Mount Vernon sabe cómo recitar, con elocuencia y emoción, exigentes monólogos otorgando a cada uno de ellos los matices dramáticos necesarios.

Es la furia de sus gestos, es el desborde de su lenguaje corporal, es el cauce dramático estrepitoso. Es el reino derramándose por la yema de sus dedos. Denzel está en su salsa. Coen también lo sabe, regalándonos primeros planos del monumental performer afroamericano para el absoluto recuerdo. Vislumbramos la progresiva decadencia de este noble escocés consumido por su propia fragilidad. Primero es el miedo en sus ojos antes de ceder a la tentación, luego la violencia con la que empuña su espada y ajusticia inocentes, más tarde será la mueca de horror ante el mal que lo sume en aquel oscuro callejón sin salida. Nos fascina el repiqueteo de sus pasos, el rey avanza. El eco herido de la voz de Macbeth retumba en las paredes de la habitación real. La progresión es lenta, pero decisiva. La sombra del inconmensurable Denzel se proyecta por los pasillos, la sangre gotea incesante mientras las víctimas se acumulan. El reflejo en el agua lo hipnotiza, es testigo de su propia condena en vida. La degradación mental no distingue investiduras. Es la ironía del poder desmedido que se reclama, hay algo de inútil ceguera en el hecho de perpetuarse que Coen capta a la perfección.

Denzel se calza la corona de rey y se derrumba en su trono, esperando la llegada de su verdugo. Culpable de crimen y castigo, danzará con la muerte el compás más brutal y angustiante. El bosque no tarda en cumplir el catastrófico anuncio, pero el rey luchará hasta el final. Aún con el alma quebrada no sabe de derrotas y en la llama inextinguible del primer Macbeth negro de la historia revive la grandeza de Laurence Olivier, a quien no envidia ni un ápice. Mr. Washington, el olimpo te aplaude de pie…siempre hay lugar para un solo rey. Aunque «La Tragedia de Macbeth» haya sido una de las grandes olvidadas en las últimas nominaciones de la Academia. Aunque todos den por hecho que la estatuilla dorada vaya a parar a manos de Will Smith, en funcional retrato para tan insulso como edulcorado drama biográfico, y no es culpa del bueno de Will. No perdamos las esperanzas, no está muerto quien pelea. ¿Cierto, gran Denzel?

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