EL BUSCÓN LITERARIO: Luis Franco, a propósito del Día del Árbol. Por Martín Avalos

     Tanckopa Punchaunpi en el Día del Árbol en quichua titulaba hace poco a esos breves textos que he dado en llamar Susurros por su pequeña extensión y su suave mensaje; y de esa manera recordaba a los dos Algarrobos en la entrada de mi Barrio Martín Fierro serrano. Doblé la esquina y mis recuerdos me llevaron a Catamarca y a uno de sus nobles escritores, el Sr. Luis Leopoldo Franco; y mientras entraba en la huella musité su voz:

A veces pienso que debí nacer pastor o rey.
A veces sueño ser un hombre de hierro o de música.

     En este afán de ser tierra honda, América Profunda, y mirar hacia Los Andes dando la espalda al puerto de mercancías snobistas, es que busco entre senderos de hormigas la voz del paisaje, el mirar del monte, El Canto del Viento Yupanquiano.

     Nuestro padre, el árbol. Buenos Aires: Colihue/Hachette, 1978. Es uno de sus libros en prosas de este Poeta nutrido como ramaje de Tala. En él descansamos en su lectura sintiendo el refugio de las buenas intenciones literarias.

     “Soy nacido y criado en una aldea -entonces muy primaria- sita no lejos de los Andes, y conservo un horror casi enfermizo a los juguetes de fábrica.

     ¡Niños de las ciudades! No el pollito piante y picoteante, ni el minino que gruñe y protesta como planta escupida defendiendo un trocito de carne, ni la muñeca de trapo, o el trompo y el balero hechizos -no, sino los juguetes fabricados en serie, el gato, pato u osito de paño, plástico, madera o goma, y, más convincente, el juguete mecánico: es decir en todo el simulacro de lo vivo, al que después el niño, vuelto hombre, adaptará su vida…”

     Aquí el poeta nos muestra una bella estampa literaria además de profundidad filosófica. Su postura frente a la vida y lo material e inmaterial. Le advierte al niño de ciudad que en la producción en serie no hallará lo real de la vida y por ello la posibilidad de la dicha. En el simulacro de la vivo  a lo que se lo prepara desde infante para, vuelto hombre, adaptarse a ese molde y consumo. Porque la naturaleza produce a montón, pero en una amplia diversidad. Jugar y desarrollarse (y asombrarse) en el monte es muy distinto a la pequeñez y efimeridad (sumado al consiguiente desencanto) que nos ofrece lo seriado. Porque el plus valor que se incrementa a lo material-inanimado-mercantil es de constante actualización. El niño no sólo quiere “ese” juguete, sino que lo añora de “esa” marca. La metonimia del Capital: “Quiero una X”  ha suplantado eficazmente a “Quiero tal juguete de tal marca x”. Lo material-mercantil va cediendo frente a la mercancía virtual y simbólica. Por unas Nike hoy se mata.

     Pero nuestro Belenciano -es nacido en esa localidad del interior catamarqueño- no idealiza la vida campestre pues sabe de los fuegos que arden en la piel y en el alma de muchas familias:

                “La vida de hogar merece toda la ternura y reconocimiento de nuestro corazón, lo cual no quita a veces, o muchas veces, que sus paredes y su aire hagan el papel de jaula”.

     Uno no puede dejar de pensar no solo en la pobreza impuesta sino en la miseria de la violencia dentro del mismo seno familiar producido por frustraciones, ambiciones, herencia incluso, pero por sobre todo por tener opacado el amor.

     Y en este afán de poseer el Todo que calme la ansiedad de mi Nada el poeta manifiesta “al pájaro libre, revés perfecto de ese juguete de verdugo que es el pájaro enjaulado”. Pues: “Puede descontarse que mientras los hombres sigan forjando rejas y barrotes el alma humana seguirá enjaulada”.

     Como defensor de lo vivo declara su encono justificado hacia lo artificial: “Todo artificio o adorno es una traba o un collar” Mensaje minimalista que advierte de las trampas del mercado y el consumo voraz. “Mi amor es a la Naturaleza y al hombre resumidos. Pienso en los indios de mis valles, los calchaquíes que unimismados a sus montañas resistieron al opresor español con la pasión de sus volcanes, (…)”.

     Luego del comienzo de Confesionario continúa un capítulo llamado Pan  para dar comienzo a textos donde los ejemplares arbóreos son la inspiración: Araucaria, Tala, Ombú, Jacarandá, Cardón, Palo Borracho, Olivo, Sauce Llorón entre otros, y claro, el Algarrobo.

     Esta defensa de lo natural en esta fecha próxima y a la entrada de mi barrio y montecito es lo que me hizo recordarlo.  

     Luis Leopoldo Franco nació en Belén provincia de Catamarca el 15 de diciembre de 1898. Fue rebelde e interesado por los libros de pequeño. Resistió premios y honores manteniéndose en su vida provinciana viviendo de tareas del campo durante años. Falleció a los 90 años en un asilo. Colaboró con diarios del país, y entre sus libros publicados se cuentan 18 de poesía y 34 de prosa entre   literatura y ensayo.

     El volumen consultado de Nuestro Padre el Árbol de la Biblioteca de Oro del Estudiante de la colección Anteojito me fue obsequiado por un estudiante allá por el año 2009. Franco Fernández y su hermanito Braian de la escuela Juana Azurduy de barrio Zepa. Esas criaturitas que entre penuria fueron maestros en aquellos tiempos y hoy permanecen luces recordando el sendero. A ellos, a los que están y a los que partieron, estas palabras de agradecimiento.

Un comentario

  1. Hermoso lo q escribes…en estos tiempos con deseo de volar con el alma…tus narraciones permiten llegar Alto!! Alto!!! Impregnada de fantasias e imaginacion. Gracias Querido Sobrino

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