COLUMNA DE OPINIÓN: ‘Pasaporte literario por triplicado hacia otras vidas’. Por MAXIMILIANO CURCIO

De encuentros

De “El sur” de Borges a “Casa tomada” de Cortázar. Ingenios fantásticos y referentes de la literatura argentina del siglo XX, un encuentro se presume posible en el país de los desencuentros. Rivalidades innecesarias que animan a elegir: ¿Uno u otro? Dicotomías por doquier. Argentina es el reino de las antinomias, acostumbrada a las etiquetas y los enfrentamientos, propicio terreno en donde literatos como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar son apreciados como contrincantes en sus propuestas estéticas. Atractivo enfrentamiento narrativo, son cara y cruz de una misma moneda. Uno, explorando la novela, la prosa poética y el microrrelato. El otro, indagando el género poético, los cuentos y los ensayos. Constantemente, el análisis literario examina los mitos detrás de esta postura, atravesando las calles de Buenos Aires. Uno habló del otro, y viceversa. Nuestro drama existencial, desafiando las fronteras de géneros y estilos. No obstante, ¿acaso disciernen en su naturaleza? En sendas plumas conviven el poeta, el maestro, el sabio, el exiliado, el incomprendido y el intelectual.

De temores

Edgar Allan Poe, nativo de Boston, es el padre del Gótico americano, un género de eminencia en la literatura de los EEUU. Fallecido a los 40 años y dueño de una obra prolífica en el campo poético (“El Cuevo”), policial (“la famosa trilogía del detective Auguste Dupin) y sobrenatural (“El Gato Negro”), su discurso atraviesa la cultura americana del siglo XIX y persiste en la historia y la producción literaria hasta nuestros días. Acaso, el cine ha sido testigo de numerosas adaptaciones de sus cuentos y relatos cortos (se recuerdan, especialmente, las llevadas a cabo por Roger Corman), al tiempo que sus fecundas obras literarias exorcizan los fantasmas de una existencia que ha sufrido los tormentos de la marginalidad, el alcoholismo, el exilio, la pobreza, la ajenidad y el abandono. Ray Bradbury tenía el antídoto perfecto: “Hay que inyectarse cada día de fantasía para no morir de realidad”. Pero, en realidad: ¿de qué escapaba Poe? Nunca lo sabremos. Su corazón delator nos dice que pretendía volver a los brazos de sus amadas Berenice y Leigeia.

De naufragios

Enrique Cadícamo, anclao en la ciudad de las luces. Una instantánea de fines de la Primera Guerra Mundial. En una calle del viejo París, porteño errante, cruzar soñando plazas, reflejos de vitreaux y cafetines. ¿Aquel Montmartre no existe más?. Ecos desde La Ciudad de la Luz nos devuelven la bohemia literaria que se palpita en sus recintos más característicos. La noche encuentra al día entre excesos, notas de jazz y noticias desde Norteamérica. Este palpitar durará hasta fines de la década del ‘20; pronto estallará la bolsa de valores y la ley seca marcará una época profana. Barrio de tango y render-vouz. La bruma avanza del boulevard sobre los sueños de juventud. “Somos una generación perdida” le dijo Gertrude Stein a Ernest Hemingway, proyectando sobre sus palabras la fulgurante realidad de una camada (conformada por Dos Passos, Fitzgerald, Faulkner y Steinbeck) que instituiría el nuevo canon de la literatura moderna. El austero y aventurero escritor y periodista le contestó escribiendo “Fiesta” (1926), un manifiesto acerca de las heridas de guerra que parieron a esta atribulada generación.

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